miércoles, 30 de mayo de 2007

En el Circo

Hace bastantes años nuestro cantón era visitado a menudo por conjuntos artísticos: guitarristas famosos, magos, circos, etc. Entre ellos recuerdo a un señor que tocaba un serrucho, al cual arrancaba raros sonidos. También a un señor que se consideraba como el guitarrista más afamado de México.

En cierta ocasión hizo su debut un mago; ¡fue algo maravilloso! Hizo galletas de repollo, azúcar de aserrín y no sé cuantas cosas más. Le pidió un sombrero a un señor y de él sacó un vestido de novia, una calavera y muchas cosas más; aquel sombrero no dejaba de echar cosas raras.

Mi papá era una de esas personas amantes del arte y nunca se perdía de estas presentaciones. Mi mamá hacía otro tanto y debido a ello, nosotros los hijos mayores teníamos qeu quedarnos cuidando a los más chiquillos.

Para mí esto era lo peor que podía sucederme, pues me encantaba siempre andar de rabo adonde quiera que ellos iban.

En cierta ocasión llegó un circo muy famoso. Traían payasos, trapecistas, cantantes, animales y un sin número de atracciones.

Mis papás no se perdían ninguna de sus funciones. Una noche nos dejaron solos como de costumbre. Mi hermana se puso a aplanchar un poco de ropa y yo le servía de compañía, en una que volvió la espalda me escapé y en un abrir y cerrar de ojos estaba en San Ignacio.

El problema era para entrar a la función, pues no me acompañaba ni una peseta.

En el interior donde debutaban los artistas podían escucharse las exclamaciones de entusiasmo del público motivadas por las magníficas demostraciones de habilidad de los trapecistas y las monadas de los payasos.

No pudiendo contener los deseos de presenciar aquellas maravillas, fui levantando poquito a poco uno de los manteados que cerraban la entrada y me colé.

En aquel mismo instante mis papás me vieron y por sus gestos me pude dar cuenta de lo que me esperaba.

Tal era el susto que tenía qeu no pude disfrutar de la función. Pasada esta salí disparado y cuando mis papás llegaron ya yo me encontraba en la casa haciéndome el valiente como quien no teme la cosa. Pero mi papá era de armas tomar, y sin muchas vueltas cogió un mecate, lo hizo en varios dobleces y con él me arrió sin misericordia.

Para poder que me dejara tuve que hacerme el desmayado, pues de lo contrario todavía me estaría dando. Además ya esta táctica la había puesto en práctica con buenos resultados, pues mi mamá cuando me veía desplomarme haciéndome el muerto intervenía para que no me pegaran más.

La primera vez que ensayé esta hábil estratagema fue para una Semana Santa. Tenía mi mamá un tarrito de leche condensada para el arroz de leche y en puros traquitos lo dejé vacío.

Esto era algo imperdonable, no comer arroz con leche para los Dias Grandes. Este día si fue verdad que vi al diablo por un hueco; jamás me había llevado una sollina igual.

Ese día me dieron con un cabo de barsón de cuero sin curtir. Casi me dejan difunto. ¡Cómo pegaba de duro mi papá! Dios lo tenga en la gloria y mis palabras no le hagan ruido.

No hay comentarios.: