Primeros intentos de ordenación: traté de clasificar los olores por su color: la ropa interior hirviendo y la tinta de imprenta del Daily Jang compartían una calidad azulada, mientras que la teca antigua y los pedos frescos eran de un castaño oscuro. A los automóviles y los cementerios los clasifiqué juntos como grises.... también había una clasificación-por-pesos: olores peso mosca (el papel), olores peso gallo (cuerpos recién jabonados, hierba), pesos medios (sudor, reina de la noche); el shahi-korma y la grasa de bicicleta eran los semipesados de mi sistema, en tanto que la cólera, el pachulí, la traición y el estiércol figuraban entre los hedores peso pesado de la tierra. Y tenía también un sistema geométrico: la redondez de la alegría y la angulosidad de la ambición; tenía olores elípticos, y también ovales y cuadrados... lexicógrafo de la nariz, recorriá Bunder Road y las P.E.C.H.S.; botánico, cazaba bocanadas como mariposas en la red de mis pelos nasales. ¡Oh viajes maravillosos antes del nacimiento de la filosofía...! Porque pronto comprendí que, para tener algún valor, mi trabajo tenía que cobrar una dimensión moral; que las únicas divisiones importantes eran las gradaciones infinitamente sutiles de los olores del bien y del mal. Habiendo comprendido la naturaleza decisiva de la moralidad, habiendo olfateado que los olores podían ser sacros o profanos, inventé, en el aislamiento de mis excursiones en scooter, la ciencia de la ética nasal.
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