A la exposición Universal de París de 1867 llegan óleos sobre tela que el ecuador envía. Todos los cuadros son copias exactas de las obras más famosas de la pintura europea. El catálogo exalta a los artistas ecuatorianos, que si no tienen gran valor de originalidad, tienen al menos el mérito de reproducir, con fidelidad notable, las obras maestras de la escuela italiana, española, francesa y flamenca.
Mientras tanto, otro arte lorece en los mercados indios y en los suburbios populares del Ecuador. Es la despreciada tarea de manos capaces de transformar en hermosura el barro y la madera y la paja, la pluma de pájaro y la concha de mar y la miga de pan. Ese arte se llama, como pidiendo disculpas, artesanía. No lo hacen los académicos, sino las pobres gentes que comen corazones de pulga o tripas de mosquito.
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