Muchas gracias, excelentísimo señor presidente. ¿Cómo, dónde, en qué circunstancias conoció usted a la que es desde ya primera dama de la República?
Permítanme: vuelvo la mirada atrás y la veo, la Echandi, Amalia, rolliza, fuerte, hirsuta en el labio superior, activa, con un verbo genial y una chispa del demonio, qué mujer, qué bigote más lineal, me mira, la miro, nos miramos al unísono, le hago la seña universal, el índice girando al compás de lo que era un bolerazo cachondísimo de un compositor nacional de moda, nos hacen rueda, la tomo por su talla veinte, me avecino lo más que puedo a las dos circunferencias cuarenta y ocho, una delantera y una retaguardia del carajo, baila divino, entrepiernada, precioso, una Terpsícore, me encanta su aroma a Echandi en celo, sus ojos -un poquitín estrábico el izquierdo- lo que le da un aspecto de misterio a su faz indescriptible, cómo describir esa cara, la otra cara de la tristeza, de la distancia, el envés de la nostalgia... Indescriptible, señores. Traté por años de hacerle un soneto y nunca pude, todo mi esfuerzo se atropellaba contra sus quintales de belleza y su bigote como línea de hormigas para el que nunca pude encontrar un símil mejor, más elocuente. Mujer, mujer divina, tenía el embrujo que fascina y un conocimiento enciclopédico de vinos y de comidas raras, amaba locamente y a todas horas el salchichón, jamás se ponía ahíta de él, cuanto más le daba más lloraba para que le diera más, con ella aprendí que la semana tiene más de siete días, a comer lo melindroso, usar el tenedorcito para comer langosta, abrir pistachos sin quebrarme las uñas, beber rojo con pescado, blanco con todo, con ella empecé a tomar Camparis, margaritas y el mejor trago de todos, un Martini Stoli bien seco. Descanse en paz. Y para que no se repita la tragedia, bórrese del almanaque oficial la fecha 8 de mayo, de ahora en adelante, en esta tierra jocunda y amada que hoy recibe sus restos, mayo se parece a febrero y con esa frase dejé el cementerio, se había venido un cabrón aguacero con rayos y truenos como no veía ni sentía desde que dejé el pueblo...
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