miércoles, 30 de mayo de 2007

Cosas de Antaño

Con frecuencia escuchamos a muchas personas añorar los tiempos idos, aquellos tiempos, que según ellos, sí se vivía.

Lamentamos no estar de acuerdo con los que así piensan. Recordemos tan sólo algunas cosas que nos darán la razón.

Hace apenas escasas décadas, las habitaciones campesinas eran toscos ranchos con piso de tierra y techo pajizo. Para esto último se usaban hojas secas de caña de azúcar y hojas de palma. Su armazón era amarrada con bejucos y las paredes se componían de palos redondos puestos en forma vertical o de astillas de burío o de guarumo amarrados en igual forma.

En aquellos tiempos el zinc, los clavos y la madera eran un baratura, pero era tal la pobreza, que aún así no se podían adquirir. A esto había que sumarle el conformismo que reinaba en esa época, cuando la gente se contentaba con vivir de cualquier manera.

Fuera del rancho todo era suciedad. Los cerdos abundaban, pues era una platita que tarde o temprano llegaba. Ese dinero siempre se empleaba en la compra de ropa para todo el año y para comprar algún par de zapatos para el ama de casa, que era la única que los usaba.

Estos animalitos con sus continuos gritos no dejaban dormir, y lo que es peor, todo lo tenían infestado de niguas, aquellas de que nos habla don José Figueres.

Estos bichos, al parecer tan insignificantes e inofensivos, dejaron sin uñas en los pies a más de un prójimo, amén de las ciudadelas que se formaban en los talones. Esto se debía en gran parte, a que nadie usaba zapatos, con trabajos unos caites amarrados con sendas coyundas de cueros sin curtir. Pues en ese tiempo los zapatos eran priviliegio inclusive de las personas más adineradas.

En esta época a que nos referimos, las familias eran muy numerosas, ya que no existían ni los radios, debido a lo cual la gente se acostaba muy temprano.

La planificación familiar no se conocía, pues nadie la había inventado, por lo cual en cada hogar, la prole era de ocho, hasta catorce chiquillos panzones de lombrices. Las pobres mamás se llevaban todo el día sacando niguas y piojos, pues una vez que se comenzaba era difícil terminar.

Las casas, como ya dijimos, eran de piso de tierra, húmedas y con poca ventilación. Los niños dormían casi siempre en cuartuchos oscuros, sobre toscas esteras construidas con venas secas de guineo amarradas con tiras de cabuya.

Otras veces el lecho de los pobres campesinos lo constituían unas tablas desnudas.

En cada cama dormían tres o cuatro chiquillos ensartados hasta las orejas en viejos sacos de gangoche, o con un cobijón del mismo material.

Había que ver los pleitos que se formaban peleando el bendito cobijón. Casi siempre el padre de familia tenía que poner orden dándoles de fajazos para que se durmieran.

La mortalidad infantil era pavorosa. De una familia de donde nacían doce hijos, escasamente quedaba la mitad. De diez niños que morían, un alto porcentaje era ocasionado por los parásitos intestinales, los cuales hacían de las suyas a diestra y siniestra. No habían centros de salud y las personas morían sin que se les pudiera brindar atención médica.

Lo único a que se echaba mano era a medicamentos caseros, que más de una vez lo que conseguían era apresurar la muerte del enfermo.

Gran parte de las defunciones se debían a mordeduras de serpientes, que hacían su agosto aprovechándose de los campesinos qeu trabajaban con los pies desnudos.

Los caminos eran punto menos que intransitables y la distancia que les separaba de las ciudades hacía imposible el traslado de los enfermos a los centros hospitalarios.

Eran incontables las personas que fallecían por el camino, en hombros de sus vecinos, en una pobre hamaca. A otros ni siquiera se intentaba movilizarlos.

El comercio era escaso, por no decir raquítico, la mercadería había que traerla de San José en carretas tiradas por robustos bueyes que más de una vez destimonaban las carretas debido a que éstas se atascaban en los barrizales.

Los boyeros se ponían de acuerdo, para viajar acompañados en grupos de cuatro o seis, para cuartearse en caso necesario.

Cuando éstos llegaban a Aserrí les parecía que habían llegado a la Gloria.

En la carreta, guiando de los parales llevaban las alforjas de cabuya con almuerzos candelas y una botellita de guarito, para contrarrestar el frío al pasar por Tarbaca.

Lo cierto era que más de uno se tomaba en guaro el importe del viaje.

Por todo lo anterior seguimos pensando, que el tiempo presente supera en mucho la época de antaño, ya que ahora disfrutamos de tantas comodidades como los son las vías de comunicación, el transporte motorizado, los artefactos eléctricos y tantas otras comodidades de las que gozamos en la época contemporánea en que vivimos.

No hay comentarios.: