"...Era la fotografía del Santo Sudario de Turín que le dio su padre. La cara de Cristo impreso en su mortaja, aquel hombre de ojos cerrados y rostro tumefacto, con una ceja partida y la barba desordenada, aquel hombre crucificado encarnaba aquella noche para Paul Lambert todos los mártires de la ciudad de las chabolas a la que acababa de llegar. “Para mí, creyente consagrado, cada uno de ellos tenía aquel mismo rostro de Jesucristo clamando a la humanidad desde lo alto del Gólgota todo el dolor, pero también toda la esperanza del hombre despreciado. Para eso estaba yo allí, a causa de aquel “Tengo sed” que había gritado Cristo. A fin de decir el hambre y la sed de justicia de los hombres de aquí que ascendían todos los días a la Cruz, y que sabían mirar cara a cara esa muerte que nosotros, en Occidente, ya no sabíamos afrontar sin desesperación. En ningún otro rincón del mundo aquella imagen estaba más en su lugar que en aquel slum...”
Dominique Lapierre
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