sábado, 14 de julio de 2007

Formosanta y el pájaro

Hacía ya largo rato que la incomparable Formosanta se había ido a acostar. Había hecho colocar junto a su cama un pequeño naranjo en un cajón de plata para que el pájaro descansara. Sus cortinas se hallaban cerradas, pero no sentía ningún deseo de dormir. Su corazón y su imaginación estaban demasiado despiertos. El encantador desconocido se hallaba ante sus ojos, lo veía lanzando una flecha con el arco de Nemrod, lo contemplaba cortando la cabeza del león, recitaba sus versos y lo veía escapar de la muchedumbre montado sobre su unicornio. Entonces estallaba en sollozos y exclama entre lágrimas:

-No lo veré nunca más, no volverá.

-Volverá, señora -le repuso el pájaro desde lo alto de su naranjo-, ¿acaso puede alguien veros y no regresar para contemplaros?

-¡Oh, cielos! ¡Poderes eternos! ¡Mi pájaro habla el más puro caldeo!

Tras decir estas palabras, abrió las cortinas, le tendió los brazos y se puso de rodillas sobre el lecho.

-¿Sois acaso un dios que ha descendido sobre la tierra? ¿Sois el gran Orosmade escondido bajo ese hermoso plumaje? Si sois un dios, devolvedme a ese joven.

-No soy más que un ave, pero nací en los tiempos en que todos los animales aún hablaban, cuando los pájaros, las serpientes, los asnos, los caballos y los grifos conversaban familiarmente con los hombres. No he querido hablar ante la gente por temor a que vuestras damas de honor me tomasen por un brujo. Sólo quiero descubrirme ante vos.

Formosanta, sobrecogida, extraviada, embriagada de tantas maravillas, agitada por la premura de formular cien preguntas a la vez, le preguntó primero qué edad tenía.

-Veintisiete mil novecientos años y seis meses, señora. Tengo la edad de esa pequeña revolución del cielo que vuestros magos llaman la precesión de los equinoccios y que se cumple alrededor de cada veintiocho mil años de los vuestros. Hay revoluciones infinitamente más largas; por lo tanto, nosotros tenemos seres muchos más ancianos que yo. Hace ya veintidós mil años que aprendí caldeo en uno de mis viajes. Siempre he conservado mucho aprecio por la lengua caldea, pero otros animales, compañeros míos, han renunciado a hablar en vuestras regiones.

-¿Y esto a qué se debe, divino pájaro?

-¡Ay!, a que los hombres tomaron finalmente la costumbre de comernos en vez de conversar e instruirse con nosotros. ¡Bárbaros! ¿No podían convencerse de que, poseyendo los mismos órganos que ellos, las mismas necesidades y deseos, teníamos lo que se llama "un alma" tanto como ellos, que éramos sus hermanos, y sólo era necesario cocinar y comerse a los malvados? Hasta tal punto somos vuestros hermanos, que el Gran Ser, el ser eterno y formador; al hacer un pacto con los hombres, nos incluyó expresamente en su tratado. Os prohibió alimetaros con nuestra sangre y, a nosotros, alimentarnos con la vuestra.

"Las fábulas de vuestro anciano Locman, traducidas a tantas lenguas, serán un testimonio que subsistirá eternamente al feliz comercio que habéis tenido otrora con nosotros. Todos comienzan con estas palabras: 'En las épocas en que los animales hablan'. Es cierto que hay muchas mujeres entre vosotros que siempre hablan a sus perros, pero éstos han decidido no responder desde que se los obligó a latigazos a participar en la caza y ser cómplices del asesinato de ciervos, gamos, liebres y perdices.

"Aún tenéis antiguos poemas en los cuales los caballos hablan y vuestros cocheros les dirigen la palabra todos los días, pero lo hacen tan groseramente y pronunciando palabras tan infames, que los caballos, que antaño os amaban tanto, os odian hoy en día.

"El país donde habita vuestro encantador desconocido, el más perfecto de los hombres, sigue siendo el único en el que vuestra especia sabe amar todavía a la nuestra y hablarle, y es la única región de la tierra cuyos hombres son justos".

-¿Y dónde se halla ese país de mi querido desconocido? ¿Cuál es el nombre de este héroe? ¿Cómo se llama su imperio?, porque tanto creeré que él es un pastor como que vos sois un murciélago.

-Su país, señora, es el de los gangáridas, pueblo virtuoso e invencible que habita en la orilla oriental del Ganges. El nombre de mi amigo es Amazán. No es rey y no sé si desearía rebajarse a serlo. Ama demasiado a sus compatriotas y es pastor como ellos. Pero no os imaginéis que esos pastores se asemejan a los vuestros, que, apenas cubiertos por harapos andrajosos, cuidan ovejas infinitamente mejor vestidas que ellos, gimen bajo el fardo de la pobreza y pagan a un explorador la mitad de los miserables salarios que reciben de sus amos.

"Los pastores gangáridas, nacidos todos iguales, son dueños de los innumerables rebaños que cubren sus prados eterneamente floridos. Jamás se los mata: es un crimen horrible, cercal del Ganges, matar y comer a un semejante. Su lana, más fina y brillante que la seda más hermosa, es el mayor comercio de Oriente. Por otra parte, la tierra de los gangáridas produce todo lo que pueda halagar los deseos de los hombres. Esos grandes diamantes que Amazán tuvo el honor de ofreceros son de una mina que le pertenece. Ese unicornio que le habéis visto partir es la montura ordinaria de los gangáridas. Es el más bello animal, el más fiero, el más terrible y el más suave que adorna la tierra.

"Hace alrededor de dos siglos, un rey de las Indias fue lo suficientemente loco para querer conquistar esta nación: se presentó seguido de diez mil elefantes y de un millón de guerreros. Los unicornios atravesaron los elefantes, como he visto que se ensartan en un pincho de oro las alondras que se sirven en vuestra mesa. Los guerreros caían sobre la arena, bajo el sable de los gangáridas, como las cosechas de arroz son cortadas por las manos de los pueblos de Oriente.

"Se tomó prisionero al rey con más de seiscientos mil hombres. Lo bañaron con las aguas saludables del Ganges y lo pusieron al régimen del país, que consisten en alimentarse sólo de vegetales prodigados por la naturaleza para nutrir a todo lo que respira. Los hombres alimentados con carne y abrevados con licores fuertes tienen la sangre agriada y adusta, que los vuelve locos de cien maneras diversas. Su principal demencia es la de verter sangre de sus hermanos y devastar las planicies fértiles para reinar sobre cementerios.

"Se emplearon seis meses enteros en curar al rey de las Indias de su enfermedad. Cuando los médicos juzgaron finalmente que tenía el pulso más tranquilo y el espíritu más sereno, dieron el certificado al Consejo de gangáridas, que, luego de haber pedido su opinión a los unicornios, reenvió humildemente al rey de las Indias a su tonta corte, y a sus imbéciles guerreros a su país. Esta lección los volvió juiciosos y, desde entonces, los hindúes respetan a los gangáridas, como los ignorantes que desean instruirse respetan entre vosotros a los filósofos caldeos, a quienes no pueden igualar".

-A propósito, mi querido pájaro -le dijo la princesa-, ¿existe una religión entre los gangáridas?

-¿Si existe una? Señora, nos reunimos para dar gracias a Dios los días de luna llena: los hombres en un gran tempo de cedro, las mujeres en otro, por temor a las distracciones; todos los pájaros en un bosquecillo y los cuadrúpedos en una bella pradera. Agradecemos a Dios por todos los bienes que nos ha otorgado. Tenemos, sobre todo, unos loros que predican maravillas. Tal es la patria de mi querido Amazán, donde yo vivo, y siento tanta amistad por él como vos amor. Si me creéis, partiremos juntos y vos iréis a visitarlo.

-Verdaderamente, pájaro mío, cumplís muy bien con vuestro oficio -repuso sonriendo la princesa, que ardía en deseos de emprender el viaje y no osaba decirlo.

-Sirvo los deseos de mi amigo -dijo el pájaro- y la mayor felicidad es servir a vuestros amores.

Formosanta ya ni sabía dónde se hallaba, se creía transportada fuera de la tierra. Todo lo que había visto durante aquel día, todo lo que veía, todo lo que oía y, especialmente, lo que sentía su corazón la sumían en un gran embelesamiento.


(Voltaire)

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