Y había otros factores que influían también. Los niños, por mágicos que sean, no son inmunes a sus padres; y a medida que los prejuicios y concepciones del mundo de los adultos comenzaron a ocupar sus mentes, me encontré con niños de Maharashtra que odiaban a los gujuratis, y los norteños de piel clara insultaban a los "negritos" drávidas; había rivalidades religiosas; y las clases entraron en nuestras reuniones. Los niños ricos torcían el gesto al encontrarse en una compañia tan humilde; los brahmines comenzaron a sentirse incómodos al permitir que sus pensamientos siquiera tocasen los pensamientos de los intocables; mientras que, entre los de nacimiento humilde, la presión de la pobreza y del comunismo se hacía evidente... y, para colmo, había conflictos de personalidad, y los cientos de peleas ruidosas que son inevitables en un parlamento totalmente compuesto de mocosos adolescentes.
De esa forma, la Conferencia de los Hijos de la Medianoche cumplió la profecía del Primer Ministro, convirtiéndose, realmente, en un espejo de la nación; el modo pasivo-literal actuaba, aunque yo tronaba contra él con desesperación creciento y, por último, con resignación creciente... -¡Hermanos, hermanas! -transmitía yo, con una voz mental tan incontrolabe como su réplica física-. ¡No dejéis que esto ocurra! ¡No permitáis que la eterna dualidad entre masas-y-clases, capital-y-trabajo, ellos-y-nosotros se interponga entre nosotros! Nosotros -grité apasionadamente- debemos ser una tercera vía, debemos ser la fuerza que se abra paso entre los cuernos del dilema; ¡porque sólo siendo distintos, siendo nuevos, podremoos cumplir la promesa de nuestro nacimiento. -Yo tenía seguidores, y ninguno más que la-bruja-Parvati; pero notaba que se apartaban de mí, distraído cada uno por su propia vida... lo mismo que yo, que para decir la verdad, era distraído por la mía. Era como si nuestro espléndido congreso resultase ser nada más que otro de los juguetes de la infancia, como si los pantalones largos estuvieran destruyendo lo que la medianoche creó-... Tenemos que decidir nuestro programa -rogué-, nuestro propio Plan Quinquenal, ¿por qué no? -Pero pude escuchar, por detrás de mi llamada ansiosa, la risa divertida de mi mayor rival; y allí estaba Shiva, en todas nuestras cabezas, diciendo desdeñosamente-: No, niño rico; no hay tercera vía; sólo hay dinero-y-pobreza, tener-y-no-tener, y derecha-e-izquierda; ¡sólo yo contra el mundo! El mundo no es ideas, Mocoso, es cosas. Las cosas y quienes las hacen gobiernan el mundo; fíjate en Birla y en Tata, y en todos los poderosos: ellos hacen cosas. En nombre de cosas se dirige el país. No en nombre de personas. En nombre de cosas, América y Rusia envían su ayuda; pero quinientos millones siguen estando hambrientos. Cuando se tienen cosas, hay tiempo para soñar; cuando no se tienen, hay que pelear. -Los hijos escuchaban fascinados mientras nosotros nos peleábamos... o quizá no, quizá ni siquiera nuestro diálogo podía retener su interés. Y ahora yo-: Pero las personas no son cosas; si nos agrupamos, si nos queremos, si demostramos que esto, sólo esto, este reunirse, esta Conferencia, este mantenerse-unidos-los-niños-pase-lo-que-pase puede ser la tercera vía... -Pero Shiva, resoplando-: Muchachito rico, todo eso es sólo palabrería. Toda esa importancia-del-individuo. Toda esa posibilidad-de-humanidad. Hoy, las peronas son sólo una especie de cosas. -Y Saleem, desmoronándose-: Pero... la voluntad libre... la esperanza... el alma elevada, que otros llaman mahatma, de la humanidad... y qué pasa con la poesía, y el arte, y... -Y entonces Shiva logró su victoria-: ¿Lo ves? Sabía que te convertirías en eso. Blando, como el arroz recocido. Sentimental como una abuela. Vete, ¿quién quiere oír esas sandeces? Todos tenemos que vivir nuestra vida. Por todos los diablos, nariz de pepino, estoy harto de tu Conferencia. No tiene nada que ver con nada.
Os preguntaréis: ¿y ésos son niños de diez años? Yo os contestaré: Sí, pero. Diréis: ¿discutían los chicos de diez años, o incluso los de casi-once, sobre el papel del individuo en la sociedad? ¿Y sobre la rivalidad entre capital y trabajo? ¿Se hacían explícitas las tensiones internas de las zonas agrarias y las industrializadas? ¿Y los conflictos de las herencias socioculturales? ¿Discutían los niños sobre la identidad, y los conflictos intrínsecos del capitalismo? ¿Contando con menos de cien mil horas de vida, comparaban a Gandhi con Marxlenin, el poder con la impotencia? ¿Se oponía la colectividad a la singularidad? ¿Mataban a Dios esos niños? Aun admitiendo la certeza de los supuestos milagros, ¿podemos creer ahora que los golfillos hablasen como viejos barbudos?
Os lo aseguro: quizá no con esas palabras; quizá sin nunguna clase de palabras, pero en el lenguaje más puro del pensamiento; pero sí, indudablemente, eso es lo que había en el fondo de todo; porque los niños son los recipientes donde los adultos vierten su veneno, y era el venendo de los adultos el que hablaba por nosotros. El veneno y, tras un vacío de muchos años, una Viuda con un cuchillo.
En pocas palabras: después de mi regreso a Buckingham Villa, hasta la sal de los hijos de la medianoche perdió su sabor; había noches en que ni siquiera me molestaba en conectar mi red nacional; y el demonio que acechaba en mi interior (con dos cabezas) podía dedicarse libremente a sus maldades. (...)
Si hay una tercer vía, se llama infancia. Pero muere; o, mejor dicho, la asesinan.
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