jueves, 31 de diciembre de 2009
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Cicero
From all this we conclude that the duties prescribed by justice must be given precedence over the pursuit of knowledge and the duties imposed by it; for the former concern the welfare of our fellow-men; and nothing ought to be more sacred in men's eyes than that.
...
And it is not true, as certain people maintain, that the bonds of union in human society were instituted in order to provide for the needs of daily life; for, they say, without the aid of others we could not secure for ourselves or supply to others the things that Nature requires; but if all that is essential to our wants and comfort were supplied by some magic wand, as in the stories, then every man of first-rate ability could drop all other responsibility and devote himself exclusively to learning and study. Not at all. For he would seek to escape from his loneliness and to find someone to share his studies; he would wish to teach, as well as to learn; to hear, as well as to speak. Every duty, therefore, that tends effectively to maintain and safeguard human society should be given the preference over that duty which arises from speculation and science alone.
...
For, as Ennius says so admirably,
Good deeds misplaced, methinks, are evil deeds.
...
http://www.constitution.org/rom/de_officiis.htm
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And it is not true, as certain people maintain, that the bonds of union in human society were instituted in order to provide for the needs of daily life; for, they say, without the aid of others we could not secure for ourselves or supply to others the things that Nature requires; but if all that is essential to our wants and comfort were supplied by some magic wand, as in the stories, then every man of first-rate ability could drop all other responsibility and devote himself exclusively to learning and study. Not at all. For he would seek to escape from his loneliness and to find someone to share his studies; he would wish to teach, as well as to learn; to hear, as well as to speak. Every duty, therefore, that tends effectively to maintain and safeguard human society should be given the preference over that duty which arises from speculation and science alone.
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For, as Ennius says so admirably,
Good deeds misplaced, methinks, are evil deeds.
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http://www.constitution.org/rom/de_officiis.htm
sábado, 28 de noviembre de 2009
domingo, 8 de noviembre de 2009
Despueś de leer "Cachaza"
Lo interesante de la disciplina histórica, entendida como la cotidianidad del ser humano y su realización en la finitud de sus esperanzas, es poder descubrir, es descubrirse dentro de la inmediatez, con la intención de poseer una herramienta para des-construir y construir una realidad más placentera en este espacio universal y terrenal que nos brinda la vida.
Con la lectura de "Cachaza", y desde el punto de vista de mi interpretación histórica, me surgen algunas líneas de pensamiento que quisiera compartir con usted.
Primero, encuentro en la obra un ejemplo de narrativa descriptiva enmarcada dentro de un realismo a veces escalofriante, pero que a todas luces se convierte en una radiografía de un centro de reclusión para "enfermos mentales" que funcionó (o mejor dicho funciona) en nuestro país hace algunas décadas. Resulta muy interesante poder contar con un texto que nos ubica temporal y espacialmente en una época que muchos de los y las costarricenses desconocen, así como también desconocer el sufrimiento de centenares de hombres y mujeres que vivieron (se puede utilizar presente de nuevo) ante el silencio cómplice de una sociedad inerte. Ésta ubicación no solo se da en el reclusorio de enfermos mentales o en la Peni, sino que se enmarca en un contexto más amplio y nos desplaza a otros ámbitos como el Mercado Central o las calles josefinas de hace cuatro o tres décadas.
Sin embargo, el punto primero es una visión muy simplista de lo que realmente emana de la obra. Lo anterior, principalmente, porque lo que resulta realmente interesante es poder observar como funciona dentro de un sistema de convivencia social cualquiera, los métodos de coerción y de control social. Segundo. Así pues, la obra nos ubica dentro de un reclusorio de "enfermos mentales" que no es otra cosa que un espacio físico (entiéndase un lugar con límites debidamente marcados y con reglas propias) donde se priva de libertad a las personas -hombres o mujeres- que no se "adaptan" al sistema de convivencia social establecido por unos cuantos. Esto es, que las personas que no logran interiorizar las reglas de normalización de la sociedad X, son peligrosos (as) para el resto de los comunes (del montón) por lo tanto debemos encerrarlos para que estos puedan entender como funciona la sociedad. Lo mismo podríamos decir de los centros penitenciarios y todos (as) los privados de libertad qeu en ellos viven (para ser optimistas), pues es la lógica de un sistema "apartar las piedras del zapato" pues lo único que hacen es estorbar.
Ahora bien, tercero, es interesante como el autor desnuda un sistema ideológico, capitalista o socialista (entiéndase socialismo real), con sus ansias de control totalitario sobre la mente y el cuerpo de los seres humanos, que castran toda esperanza de aquellos que no son "normales" dentro de la convivencia social. Y es que el fenómeno de recluir "enfermos mentales" es típico de la modernidad y la fundación de ciudades. Sin embargo, este control totalitario no solo es apreciable dentro del ámbito carcelario o de reclusión de enfermos mentales, sino que se puede percibir también en otros ámbitos como un aula de cualquier centro de enseñanza en donde se norma la conducta aceptada para la convivencia social; de esta manera resulta de igual valor el maestro, el carcelero o el doctor.
No es sino hasta nuestros tiempos, que surgen pensadores que nos hacen cuestionar esos conceptos elaborados durante la modernidad. Hago referencia a pensadores posmodernos como Michael Foucault o Jacques Derridá, que nos dan nuevas líneas de análisis para poder des-construir esas elaboraciones de control totalitario sobre la mente, el cuerpo y el espíritu. Es con ellos y otros, que nos enfrentamos a un nuevo paradigma de pensamiento en donde se pone de manifiesto la necesidad de cuestionar nuestro presente en función de las ataduras que impone un sistema de convivencia social que lacera nuestra sociedad actual y que nos obliga a aceptar inertes verdades absolutas, inamovibles e incuestionables.
Cuarto. La obra posee gran valor histórico como documento descriptivo, así como también nos da una perspectiva humanista para poder entender como un sistema que se aparta de la satisfacción integral de sus moradores, inventa formas de evadir realidades alternativas a un funcionamiento "normal" y simplemente desplaza a aquellos que no logran adaptarse a la "reglas" de convivencia social.
Quinto. Me llama poderosamente la atención como un fenómeno de comunicación de masas televisivo como los "reality show" estilo "Big Brother", le brinda a la sociedad la posibilidad seductora (a manera de efecto boomerang) de poseer el control totalitario que es patrimonio exclusivo de los sistemas ideológicos. Lo anterior por cuanto es el individuo frente a su televisor, que puede controlar las acciones de los seres humanos recluidos en un espacio físico determinado: sus necesidades, sus sentimientos, sus emociones, sus flatulencias, sus virtudes como defectos (dentro de la "normalidad social") y es este mismo individuo frente a su televisor, en la más absurda individualidad, que tiene en sus manos (por medio de una llamada telefónica) la posibilidad de condenar, castigar y desplazar a lo que el considera anormal dentro de sus valores (anti-valores) preestablecidos por un sistema que el considera educativo, familiar o ideológico en general. A todas luces me parece una inclinación mórbida de un sistema capitalista, concretamente en este caso, que logra mercantilizar los detalles más íntimos del ser humano.
Sexto. Quizá tomen relevancia algunos textos que te ayudarán a entender esta maraña de pensamientos dispares y por momentos alucinantes (como los de Cachaza), que escribo con mala redacción y orden. Podríamos pensar en Huxley con "El mundo feliz", típica utopía del cualquier modelo ideológico de convivencia social en donde premia ese mencionado control totalitario; quizá también podríamos pensar en Orwell con "1984" en la conformación del "gran hermano".
Al final, la magia de una obra literaria cualquiera, son las múltiples interpretaciones que puedan emanar de cuantos lectores se atrevan a entrar a pensar y repensar lo leído. Cachaza me brindó la tranquilidad de poder alucinar por instantes con mucha tranquilidad y escribir lo primero que se me ocurrió. Quizá no sirva de nada, quizá de algo... al fin y al cabo la tarea es del próximo lector.
Con la lectura de "Cachaza", y desde el punto de vista de mi interpretación histórica, me surgen algunas líneas de pensamiento que quisiera compartir con usted.
Primero, encuentro en la obra un ejemplo de narrativa descriptiva enmarcada dentro de un realismo a veces escalofriante, pero que a todas luces se convierte en una radiografía de un centro de reclusión para "enfermos mentales" que funcionó (o mejor dicho funciona) en nuestro país hace algunas décadas. Resulta muy interesante poder contar con un texto que nos ubica temporal y espacialmente en una época que muchos de los y las costarricenses desconocen, así como también desconocer el sufrimiento de centenares de hombres y mujeres que vivieron (se puede utilizar presente de nuevo) ante el silencio cómplice de una sociedad inerte. Ésta ubicación no solo se da en el reclusorio de enfermos mentales o en la Peni, sino que se enmarca en un contexto más amplio y nos desplaza a otros ámbitos como el Mercado Central o las calles josefinas de hace cuatro o tres décadas.
Sin embargo, el punto primero es una visión muy simplista de lo que realmente emana de la obra. Lo anterior, principalmente, porque lo que resulta realmente interesante es poder observar como funciona dentro de un sistema de convivencia social cualquiera, los métodos de coerción y de control social. Segundo. Así pues, la obra nos ubica dentro de un reclusorio de "enfermos mentales" que no es otra cosa que un espacio físico (entiéndase un lugar con límites debidamente marcados y con reglas propias) donde se priva de libertad a las personas -hombres o mujeres- que no se "adaptan" al sistema de convivencia social establecido por unos cuantos. Esto es, que las personas que no logran interiorizar las reglas de normalización de la sociedad X, son peligrosos (as) para el resto de los comunes (del montón) por lo tanto debemos encerrarlos para que estos puedan entender como funciona la sociedad. Lo mismo podríamos decir de los centros penitenciarios y todos (as) los privados de libertad qeu en ellos viven (para ser optimistas), pues es la lógica de un sistema "apartar las piedras del zapato" pues lo único que hacen es estorbar.
Ahora bien, tercero, es interesante como el autor desnuda un sistema ideológico, capitalista o socialista (entiéndase socialismo real), con sus ansias de control totalitario sobre la mente y el cuerpo de los seres humanos, que castran toda esperanza de aquellos que no son "normales" dentro de la convivencia social. Y es que el fenómeno de recluir "enfermos mentales" es típico de la modernidad y la fundación de ciudades. Sin embargo, este control totalitario no solo es apreciable dentro del ámbito carcelario o de reclusión de enfermos mentales, sino que se puede percibir también en otros ámbitos como un aula de cualquier centro de enseñanza en donde se norma la conducta aceptada para la convivencia social; de esta manera resulta de igual valor el maestro, el carcelero o el doctor.
No es sino hasta nuestros tiempos, que surgen pensadores que nos hacen cuestionar esos conceptos elaborados durante la modernidad. Hago referencia a pensadores posmodernos como Michael Foucault o Jacques Derridá, que nos dan nuevas líneas de análisis para poder des-construir esas elaboraciones de control totalitario sobre la mente, el cuerpo y el espíritu. Es con ellos y otros, que nos enfrentamos a un nuevo paradigma de pensamiento en donde se pone de manifiesto la necesidad de cuestionar nuestro presente en función de las ataduras que impone un sistema de convivencia social que lacera nuestra sociedad actual y que nos obliga a aceptar inertes verdades absolutas, inamovibles e incuestionables.
Cuarto. La obra posee gran valor histórico como documento descriptivo, así como también nos da una perspectiva humanista para poder entender como un sistema que se aparta de la satisfacción integral de sus moradores, inventa formas de evadir realidades alternativas a un funcionamiento "normal" y simplemente desplaza a aquellos que no logran adaptarse a la "reglas" de convivencia social.
Quinto. Me llama poderosamente la atención como un fenómeno de comunicación de masas televisivo como los "reality show" estilo "Big Brother", le brinda a la sociedad la posibilidad seductora (a manera de efecto boomerang) de poseer el control totalitario que es patrimonio exclusivo de los sistemas ideológicos. Lo anterior por cuanto es el individuo frente a su televisor, que puede controlar las acciones de los seres humanos recluidos en un espacio físico determinado: sus necesidades, sus sentimientos, sus emociones, sus flatulencias, sus virtudes como defectos (dentro de la "normalidad social") y es este mismo individuo frente a su televisor, en la más absurda individualidad, que tiene en sus manos (por medio de una llamada telefónica) la posibilidad de condenar, castigar y desplazar a lo que el considera anormal dentro de sus valores (anti-valores) preestablecidos por un sistema que el considera educativo, familiar o ideológico en general. A todas luces me parece una inclinación mórbida de un sistema capitalista, concretamente en este caso, que logra mercantilizar los detalles más íntimos del ser humano.
Sexto. Quizá tomen relevancia algunos textos que te ayudarán a entender esta maraña de pensamientos dispares y por momentos alucinantes (como los de Cachaza), que escribo con mala redacción y orden. Podríamos pensar en Huxley con "El mundo feliz", típica utopía del cualquier modelo ideológico de convivencia social en donde premia ese mencionado control totalitario; quizá también podríamos pensar en Orwell con "1984" en la conformación del "gran hermano".
Al final, la magia de una obra literaria cualquiera, son las múltiples interpretaciones que puedan emanar de cuantos lectores se atrevan a entrar a pensar y repensar lo leído. Cachaza me brindó la tranquilidad de poder alucinar por instantes con mucha tranquilidad y escribir lo primero que se me ocurrió. Quizá no sirva de nada, quizá de algo... al fin y al cabo la tarea es del próximo lector.
Para Jose Pablo Carballo
Noviembre 2003
Prof. Paulo Mata
Noviembre 2003
Prof. Paulo Mata
Cachaza, Polo Moro, Virgilio A. Mora
jueves, 29 de octubre de 2009
Tan hermoso
La abstracción del paisaje desierto me purificaba y hacía que mi espíritu llenara con el vacío su superflua grandeza, una grandeza conseguida, no por la adición del pensar a su vacuidad, sino por su substracción. En la debilidad de la vida terrena se reflejaba la fortaleza del cielo, tan vasto, tan hermoso, tan poderoso.
lunes, 26 de octubre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
La idealidad de lo ideal
Abudlla y Zaagi les mandaban, bajo mi autoridad, con un salvajismo únicamente paliado por la facultad que tenía cada hombre de abandonar el servicio siempre que así lo solicitara. Sin embargo, sólo uno nos abandonó. Los demás, aunque eran adolescentes llenos de pasiones carnales, hombres tentados por aquella vida irregular, bien alimentados, entrenados y ricos, parecían santificar sus riesgos y sentirse apasionados por sus sufrimientos. Como en toda otra conducta, la servidumbre resultaba profundamente modificada en las almas orientales debido a su obsesión por la antítesis entre la carne y el espíritu. Estos mozos se complacían en la subordinación, en la degradación del cuerpo, pues eso otorgaba más relieve a la libertad dentro de la igualdad de las almas. Casi preferían, como algo más rico en experiencias, como algo que ligaba menos el alma a las preocupaciones cotidianas, la servidumbre a la autoridad.
Por consiguiente, la relación que existía en Arabia entre el amo y el subordinado era, a la vez, más libre y más rigurosa que la que había visto en cualquier otra parte. Los servidores temían la espada de la justicia y el látigo del mayordomo, no porque uno pudiera poner fin arbitrario a su existencia y el otro imprimir rojos ríos de dolor en sus costados, sino porque eran los símbolos y los medios a los que estaba ligada su obediencia. Gozaban con rebajarse, y con la libertad de permitirse prestar a su amo el último servicio y el último pedazo de su carne y de su sangre, porque sus espíritus coincidían con el suyo y el contrato era voluntario. Tal ilimitado compromiso descartaba la humillación, la lamentación y el descontento.
Empeñada su resistencia, constituía una ignominia para aquellos hombres no mostrarse a la altura del mandato a causa de la debilidad de los nervios o de la insuficiencia del coraje. El dolor era para ellos un disolvente, un catártico, casi una condecoración que se tiene derecho a ostentar, mientras se sobreviva a él. El temor, el más fuerte motivo para el hombre perezoso,se desvanecía en nosotros desde el instante en que surgía el amor a una causa, o a una persona. Para tal objeto, los sufrimientos eran desdeñables, y la lealtad se hacía consciente y no obediente. A él consagraban los hombre su ser, y, al poseerlo, no quedaba lugar para la virtud o el vicio. Jovialmente, lo nutrían de su propia existencia: le entregaban sus vidas y, más que eso, las vidas de sus compañeros, pues muchas veces es más duro ofrecer que soportar el sacrificio.
Para nuestra tensa mirada, el ideal, aceptado en común, parecía trascender lo personal, que hasta entonces había constituido nuestro patrón normal del mundo. ¿Apuntaba ese instinto a la feliz aceptación de nuestra absorción final en algún dechado en el que las discordancias individuales pudieran hallar un razonable e inevitable propósito? En todo caso, ese trascender toda flaqueza individual hacía del ideal algo pasajero. Su principio era la actividad, la cualidad primaria, ajena a nuestra estructura atómica, que solamente podíamos simular con el interminable desasosiego de la mente, del alma y del cuerpo. Así se desvanecía siempre la idealidad de lo ideal, dejando exhaustos a sus adoradores y revelando la falsedad de lo que habían perseguido.
Por consiguiente, la relación que existía en Arabia entre el amo y el subordinado era, a la vez, más libre y más rigurosa que la que había visto en cualquier otra parte. Los servidores temían la espada de la justicia y el látigo del mayordomo, no porque uno pudiera poner fin arbitrario a su existencia y el otro imprimir rojos ríos de dolor en sus costados, sino porque eran los símbolos y los medios a los que estaba ligada su obediencia. Gozaban con rebajarse, y con la libertad de permitirse prestar a su amo el último servicio y el último pedazo de su carne y de su sangre, porque sus espíritus coincidían con el suyo y el contrato era voluntario. Tal ilimitado compromiso descartaba la humillación, la lamentación y el descontento.
Empeñada su resistencia, constituía una ignominia para aquellos hombres no mostrarse a la altura del mandato a causa de la debilidad de los nervios o de la insuficiencia del coraje. El dolor era para ellos un disolvente, un catártico, casi una condecoración que se tiene derecho a ostentar, mientras se sobreviva a él. El temor, el más fuerte motivo para el hombre perezoso,se desvanecía en nosotros desde el instante en que surgía el amor a una causa, o a una persona. Para tal objeto, los sufrimientos eran desdeñables, y la lealtad se hacía consciente y no obediente. A él consagraban los hombre su ser, y, al poseerlo, no quedaba lugar para la virtud o el vicio. Jovialmente, lo nutrían de su propia existencia: le entregaban sus vidas y, más que eso, las vidas de sus compañeros, pues muchas veces es más duro ofrecer que soportar el sacrificio.
Para nuestra tensa mirada, el ideal, aceptado en común, parecía trascender lo personal, que hasta entonces había constituido nuestro patrón normal del mundo. ¿Apuntaba ese instinto a la feliz aceptación de nuestra absorción final en algún dechado en el que las discordancias individuales pudieran hallar un razonable e inevitable propósito? En todo caso, ese trascender toda flaqueza individual hacía del ideal algo pasajero. Su principio era la actividad, la cualidad primaria, ajena a nuestra estructura atómica, que solamente podíamos simular con el interminable desasosiego de la mente, del alma y del cuerpo. Así se desvanecía siempre la idealidad de lo ideal, dejando exhaustos a sus adoradores y revelando la falsedad de lo que habían perseguido.
martes, 4 de agosto de 2009
Batalla
Pertenecer al desierto era, como ellos sabían muy bien, estar predestinado a sostener una interminable batalla contra un enemigo que no era de este mundo, que no era la vida, ni nada, sino la esperanza misma; y el fracaso de nuestra libertad, que Dios había concedido a los hombres. Solamente podíamos ejercitar nuestra libertad no haciendo lo que estaba en nuestra mano hacer, pues entonces la vida nos pertenecía y la dominaríamos al despreciarla. La muerte aparecería como la mejor de nuestras obras, la última felicidad libre dentro de nuestras posibilidades y nuestra holganza final. Y, situados entres estos dos polos: la muerte y la vida o, si no se quería llegar tan lejos, la holganza y la subsistencia, rehuíriamos esta última, que era la sustancia de la vida, salvo en un grado tenue, y nos apegaríamos a la holganza. Con lo que acabaríamos por fomentar la abstención más que la acción. Podía haber algunos hombres no creativos, hombres cuya holganza era infructuosa, pero su actividad sería sólo material. Para dar a luz cosas inmateriales, cosas originales, hijas del espíritu y no de la carne, debíamos procurar pasar el tiempo o vencer las tribulaciones con el esfuerzo físico, pues, en la mayor parte de los hombres, el alma envejece mucho antes que el cuerpo. La humanidad no había conseguido nada con los ganapanes.
No podía haber honor en un éxito seguro, pero podía salvarse mucho de una derrota segura. La Omnipotencia y lo Infinito eran nuestros más dignos dos enemigos; en realidad, los únicos con los que un hombre cabal podría enfrentarse, pues eran monstruos forjados por su propio espíritu. En cambio, los enemigos más enconados eran los que permanecían en casa. Al luchar contra la Omnipotencia, el honor tenía el orgullo de desechar los pobres recursos de que disponíamos y de atreverse con Ella a mano limpia, para ser batido no sólo por la mayor capacidad, sino por la ventaja de unas mejores herramientas. Para el hombre perspicaz, el fracaso era el único objetivo. Debíamos creer a fondo que no había victoria, excepto la que consistía en hundirse en la muerte mientras se luchaba y se clamaba por el fracaso, pidiendo, en un exceso de desesperación, que la Omnipotencia nos propinara golpes aún más fuertes; que, con su mismo golpear, templase nuestros seres torturados convirtiéndolos en armas de su propia ruina.
No podía haber honor en un éxito seguro, pero podía salvarse mucho de una derrota segura. La Omnipotencia y lo Infinito eran nuestros más dignos dos enemigos; en realidad, los únicos con los que un hombre cabal podría enfrentarse, pues eran monstruos forjados por su propio espíritu. En cambio, los enemigos más enconados eran los que permanecían en casa. Al luchar contra la Omnipotencia, el honor tenía el orgullo de desechar los pobres recursos de que disponíamos y de atreverse con Ella a mano limpia, para ser batido no sólo por la mayor capacidad, sino por la ventaja de unas mejores herramientas. Para el hombre perspicaz, el fracaso era el único objetivo. Debíamos creer a fondo que no había victoria, excepto la que consistía en hundirse en la muerte mientras se luchaba y se clamaba por el fracaso, pidiendo, en un exceso de desesperación, que la Omnipotencia nos propinara golpes aún más fuertes; que, con su mismo golpear, templase nuestros seres torturados convirtiéndolos en armas de su propia ruina.
domingo, 26 de julio de 2009
Oscura y profunda inmensidad

Hoy, me siento como un niño. El espectáculo de preguntas es infinito.
jueves, 23 de julio de 2009
La enfermedad de mi espíritu
Aguardamos aquel día y aquella noche. Al anocher, un escorpión surgió del arbusto junto al que había permanecido echado para anotar en mi diario la latitud del día, y, aferrándose a mi mano izquierda, me picó repetidas veces. El dolor del brazo hinchado me mantuvo despierto hasta el segundo amanecer, con alivio para mi sobrecargado espíritu, pues el cuerpo, cuando el fuego de tan superficial perjuicio sacudía los perezosos nervios, levantó clamor suficiente como para interrumpir las preguntas que me hacía a mi mismo.
No obstante, los dolores de este tipo jamás duraban el tiempo suficiente para curar la enfermedad de mi espíritu. Transcurrida una noche, cedían el lugar a ese poco atractivo y poco honrado sufrimiento interno, provocado por el pensamiento, que deja a su víctima aun más débil para resistir. En tales condiciones, la guerra me parecía tan loca, como criminal me parecía mi vergonzosa jefatura; y, habiendo enviando a buscar a los jeques, ya estaba a punto de entregar mi persona y mis pretensiones a sus perplejas manos, cuando el jefe de fila anunció la llegada de un un tren.
No obstante, los dolores de este tipo jamás duraban el tiempo suficiente para curar la enfermedad de mi espíritu. Transcurrida una noche, cedían el lugar a ese poco atractivo y poco honrado sufrimiento interno, provocado por el pensamiento, que deja a su víctima aun más débil para resistir. En tales condiciones, la guerra me parecía tan loca, como criminal me parecía mi vergonzosa jefatura; y, habiendo enviando a buscar a los jeques, ya estaba a punto de entregar mi persona y mis pretensiones a sus perplejas manos, cuando el jefe de fila anunció la llegada de un un tren.
lunes, 13 de julio de 2009
El hombre andrajoso
De aquella roca brotaba al sol un hilo de plata. Miré hacia el interior para ver el conducto: era un chorro más delgado que mi muñeca; emergía firmemente de una hendidura abierta en el techado y caía con limpio rumor sobre una pileta espumeante, detrás del peldaño que servía de entrada. Los muros y el techado de la grieta estaban húmedos. Gruesos helechos y hierbas del más fino verde convertían el lugar en un paraíso de no más de dos metros cuadrados. Desnudé mi ensuciado cuerpo sobre el borde fragante y purificado por el agua y entré en el diminuto estante para probar, por fin, la caricia del aire y del agua sobre mi fatigada piel. Estaba deliciosamente fresco. Permanecí allí, quieto, dejando que el agua limpia y de color rojo oscuro descendiera sobre mí y me librara de la inmundicia acumulada durante el viaje. Mientras estaba así, tan feliz, un hombre andrajoso, de barba gris y un rostro trabajado que revelaba a la vez gran energía y fatiga, fue llegando lentamente por el sendero hasta detenerse frente al manantial. Allí se sentó, dando un suspiro, encima de mis ropas, extendidas sobre una roca al lado del camino en espera de que el ardor del sol expulsara la caterva de bichos.
Advirtió mi presencia y se inclinó, contemplando con ojos húmedos esa cosa blanca que estaba en la cavidad, tras el velo de la neblina solar. Después de mirar largo tiempo pareció satisfecho y cerró los ojos, gimiendo: «El amor viene de Dios; es de Dios y va hacia Dios.»
Sus palabras, pronunciadas con lentitud, llegaron con claridad, gracias al eco, a la pequeña laguna donde me encontraba. Me paralizaron repentinamente. Yo había creído que los semitas eran incapaces de utilizar el amor como un eslabón entre ellos y Dios, y hasta incapaces de concebir tal relación, excepto cuando intervenía la intelectualidad de un Spinoza, quien amaba tan racional, asexual y trascendentalmente que no buscaba o, mejor aún, que no habría permitido, una reciprocidad. Me había parecido que el cristianismo era el primer credo que proclamaba la existencia del amor en esa región superior de la que el desierto y los semitas, desde Moisés hasta Zenón lo habían excluido. Y el cristianismo es un producto híbrido y, salvo en su primera raíz, no esencialmente semítico.
Su nacimiento en Galilea había impedido que se convirtiera en una más de las innumerables revelaciones de los semitas, Galilea era la única provincia no semítica de Siria, una provincia con la que era casi impuro para el perfecto judío tomar contacto. Como Whitechapel con respecto a Londres, era ajena a Jerusalén. Cristo quiso pasar el tiempo de su ministerio dentro de su libertad intelectual; no entre las chozas de adobe de una aldea siria, sino en calles limpias, entre foros, casas con pilares y baños rococó, productos de una intensa, aun cuando muy exótica provinciana y corrompida civilización griega.
Los habitantes de aquella colonia de forasteros no eran griegos -cuando menos en su mayoría-, sino levantinos de varias clases que remedaban una cultura griega y que, a cambio, producían, no el correcto helenismo tribal de la agotada madre patria, sino una tropical fertilidad de ideas en la que el rítmico equilibrio del arte y del pensamiento griegos florecía en nuevas formas que los apasionados colores de Oriente tornaban chillonas.
Los poetas gadarenos, que tartamudeaban sus versos en medio de la excitación reinante, reflejaban aquella sensualidad y desilusionado fatalismo, que se convertían pronto en una desordenada lujuria. La ascética religiosidad semítica extrajo acaso de esta inclinación terranal el sabor de humanidad y de verdadero amor que dio su carácter distintivo a la mística de Cristo, y la hizo adecuada para que se apoderara de los corazones europeos de un modo que no podían alcanzar el judaísmo y el islam.
Y, además, el cristianismo había tenido la fortuna de disponer de posteriores arquitectos de genio, y en su paso a través de las épocas y de los climas había experimentado cambios incomparablemente mayores que los de la inalterable judería, desde las abstracciones de la erudición alejandrina hasta la prosa latina destinada al continente europeo. Su último y más terrible trastorno lo constituyó su paso al teutonismo, con una síntesis formal que convenía a nuestras frías disputas del norte. Tan alejado estaba el credo presbiteriano de la fe ortodoxa, que imperó en su primera o segunda transformación, que antes de la guerra llegamos a enviar misioneros para que convirtieran a esos más blandos cristianos orientales a nuestra idea de un Dios lógico.
También el islam había cambiado inevitablemente al pasar de un continente a otro. Había evitado la metafísica, excepto en el misticismo introspectivo de los devotos iranios. Pero, al llegar a África, se había teñido de fetichisimo para expresar en una sola y vaga palabra los variados animismos del continente negro y en la India tuvo que someterse a la legalidad y a la interpretación literal de sus conversos. Sin embargo, en Arabia había conservado un carácter semítico, o, mejor dicho, el carácter semítico había resistido a la fase del islam -como todas las fases de los credos con que los habitantes de la ciudad revestían continuamente la simplicidad de la fe-, expresando el monoteísmo de los espacios abiertos, el paso al infinito del panteísmo y la utilidad cotidiana de un Dios doméstico que todo lo penetra.
En contraste con esa inmutabilidad o con la interpretación que yo hacía de ella, el anciano de Rumm parecía algo prodigioso en su breve y simple sentencia, y parecía trastornar mis teorías sobre el carácter árabe. Por temor a una revelación, di fin a mi baño y avancé para recobrar la ropa. El viejo cerró sus ojos con las manos y emitió un triste quejido. Suavemente, le insté a que se levantara y me permitiera vestirme, y que luego me acompañara a lo largo del tortuoso sendero que había junto a nuestro grupo donde Mohammed estaba encendiendo el fuego para hacer el café, mientras yo procuraba que expusiera su doctrina.
Cuando la comida estuvo lista, le alimentamos, refrenando por algunos minutos su corriente subterránea de quejidos y palabras incoherentes. Ya entrada la noche, se levantó penosamente y se sumergió en la oscuridad, llevándose, si alguna tenía, sus creencias. Los Houeitat me dijeron que durante toda la vida había peregrinado entre ellos, gimiendo cosas extrañas, sin saber si era de día o de noche, sin preocuparse por el alimento, el trabajo o el techo. Todo se le daba bondadosamente, con la consideración debida al desdichado, pero él jamás contestaba palabra o hablaba en voz alta, excepto cuando estaba fuera o solo en medio de las cabras y los carneros.
Advirtió mi presencia y se inclinó, contemplando con ojos húmedos esa cosa blanca que estaba en la cavidad, tras el velo de la neblina solar. Después de mirar largo tiempo pareció satisfecho y cerró los ojos, gimiendo: «El amor viene de Dios; es de Dios y va hacia Dios.»
Sus palabras, pronunciadas con lentitud, llegaron con claridad, gracias al eco, a la pequeña laguna donde me encontraba. Me paralizaron repentinamente. Yo había creído que los semitas eran incapaces de utilizar el amor como un eslabón entre ellos y Dios, y hasta incapaces de concebir tal relación, excepto cuando intervenía la intelectualidad de un Spinoza, quien amaba tan racional, asexual y trascendentalmente que no buscaba o, mejor aún, que no habría permitido, una reciprocidad. Me había parecido que el cristianismo era el primer credo que proclamaba la existencia del amor en esa región superior de la que el desierto y los semitas, desde Moisés hasta Zenón lo habían excluido. Y el cristianismo es un producto híbrido y, salvo en su primera raíz, no esencialmente semítico.
Su nacimiento en Galilea había impedido que se convirtiera en una más de las innumerables revelaciones de los semitas, Galilea era la única provincia no semítica de Siria, una provincia con la que era casi impuro para el perfecto judío tomar contacto. Como Whitechapel con respecto a Londres, era ajena a Jerusalén. Cristo quiso pasar el tiempo de su ministerio dentro de su libertad intelectual; no entre las chozas de adobe de una aldea siria, sino en calles limpias, entre foros, casas con pilares y baños rococó, productos de una intensa, aun cuando muy exótica provinciana y corrompida civilización griega.
Los habitantes de aquella colonia de forasteros no eran griegos -cuando menos en su mayoría-, sino levantinos de varias clases que remedaban una cultura griega y que, a cambio, producían, no el correcto helenismo tribal de la agotada madre patria, sino una tropical fertilidad de ideas en la que el rítmico equilibrio del arte y del pensamiento griegos florecía en nuevas formas que los apasionados colores de Oriente tornaban chillonas.
Los poetas gadarenos, que tartamudeaban sus versos en medio de la excitación reinante, reflejaban aquella sensualidad y desilusionado fatalismo, que se convertían pronto en una desordenada lujuria. La ascética religiosidad semítica extrajo acaso de esta inclinación terranal el sabor de humanidad y de verdadero amor que dio su carácter distintivo a la mística de Cristo, y la hizo adecuada para que se apoderara de los corazones europeos de un modo que no podían alcanzar el judaísmo y el islam.
Y, además, el cristianismo había tenido la fortuna de disponer de posteriores arquitectos de genio, y en su paso a través de las épocas y de los climas había experimentado cambios incomparablemente mayores que los de la inalterable judería, desde las abstracciones de la erudición alejandrina hasta la prosa latina destinada al continente europeo. Su último y más terrible trastorno lo constituyó su paso al teutonismo, con una síntesis formal que convenía a nuestras frías disputas del norte. Tan alejado estaba el credo presbiteriano de la fe ortodoxa, que imperó en su primera o segunda transformación, que antes de la guerra llegamos a enviar misioneros para que convirtieran a esos más blandos cristianos orientales a nuestra idea de un Dios lógico.
También el islam había cambiado inevitablemente al pasar de un continente a otro. Había evitado la metafísica, excepto en el misticismo introspectivo de los devotos iranios. Pero, al llegar a África, se había teñido de fetichisimo para expresar en una sola y vaga palabra los variados animismos del continente negro y en la India tuvo que someterse a la legalidad y a la interpretación literal de sus conversos. Sin embargo, en Arabia había conservado un carácter semítico, o, mejor dicho, el carácter semítico había resistido a la fase del islam -como todas las fases de los credos con que los habitantes de la ciudad revestían continuamente la simplicidad de la fe-, expresando el monoteísmo de los espacios abiertos, el paso al infinito del panteísmo y la utilidad cotidiana de un Dios doméstico que todo lo penetra.
En contraste con esa inmutabilidad o con la interpretación que yo hacía de ella, el anciano de Rumm parecía algo prodigioso en su breve y simple sentencia, y parecía trastornar mis teorías sobre el carácter árabe. Por temor a una revelación, di fin a mi baño y avancé para recobrar la ropa. El viejo cerró sus ojos con las manos y emitió un triste quejido. Suavemente, le insté a que se levantara y me permitiera vestirme, y que luego me acompañara a lo largo del tortuoso sendero que había junto a nuestro grupo donde Mohammed estaba encendiendo el fuego para hacer el café, mientras yo procuraba que expusiera su doctrina.
Cuando la comida estuvo lista, le alimentamos, refrenando por algunos minutos su corriente subterránea de quejidos y palabras incoherentes. Ya entrada la noche, se levantó penosamente y se sumergió en la oscuridad, llevándose, si alguna tenía, sus creencias. Los Houeitat me dijeron que durante toda la vida había peregrinado entre ellos, gimiendo cosas extrañas, sin saber si era de día o de noche, sin preocuparse por el alimento, el trabajo o el techo. Todo se le daba bondadosamente, con la consideración debida al desdichado, pero él jamás contestaba palabra o hablaba en voz alta, excepto cuando estaba fuera o solo en medio de las cabras y los carneros.
lunes, 6 de julio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
Our deepest fear
Our deepest fear is not that we are inadequate.
Our deepest fear is that we are powerful beyond measure.
It is our light, not our darkness, that most frightens us.
We ask ourselves, Who am I to be brilliant, gorgeous, talented, fabulous?
Actually, who are you not to be? You are a child of God.
Your playing small doesn’t serve the world.
There’s nothing enlightened about shrinking
so that other people won’t feel insecure around you.
We are all meant to shine, as children do.
We were born to make manifest the glory of God that is within us.
It’s not just in some of us; it’s in everyone.
And as we let our own light shine,
we subconsciously give other people permission to do the same.
As we’re liberated from our own fear,
our presence automatically liberates others.
Our deepest fear is that we are powerful beyond measure.
It is our light, not our darkness, that most frightens us.
We ask ourselves, Who am I to be brilliant, gorgeous, talented, fabulous?
Actually, who are you not to be? You are a child of God.
Your playing small doesn’t serve the world.
There’s nothing enlightened about shrinking
so that other people won’t feel insecure around you.
We are all meant to shine, as children do.
We were born to make manifest the glory of God that is within us.
It’s not just in some of us; it’s in everyone.
And as we let our own light shine,
we subconsciously give other people permission to do the same.
As we’re liberated from our own fear,
our presence automatically liberates others.
sábado, 6 de junio de 2009
martes, 26 de mayo de 2009
Furioso
Algo extravagante y furioso ha de ser, cuando las ideas e imágenes recibidas resultan demaisado grandes para ser contenidas en el angosto recipiente humano. De suerte que bien puede llamarse a la inspiración ENTUSIASMO divino. Pues la palabra misma significa Presencia divina y fue usada por el filósofo al que llamaban divino los primitivos Padres cristianos, para expresar cuanto fuese sublime en las pasiones humanas. Este fue el espíritu que asignaba él a los heroes, políticos, poetas, oradores, músicos e incluso a los filósofos mismos. Tampoco nos es posible el abstenernos espontáneamente de atribuir a un estusiasmo noble cuanto realizan con grandeza algunos de aquéllos. De modo que, casi todos nosotros, conocemos algo de este principio. Mas, conocerlo como se debe y discernir sus diversas clases, tanto en nosotros como en los demás, esa es la tarea importante, y sólo de ese modo cabe la esperanza que evitemos la decepción. Pues, para el discernimiento de espíritus y sabe si son de Dios, hemos de saber antes discernir nuestro propio espíritu: si es espíritu de razón y sano sentido; si es adecuado para juzgar en general, estando sereno, frío e imparcial, libre de toda pasión parcial, de todo vapor inconstante y de humores melancólicos. Este es el conocimiento primero y el juicio previo: entendernos a nosotros mismos y saber de qué espíritu somos. Luego ya podremos juzgar del espíritu en otros, considerar cuál es su mérito personal y probar la validez de su testimonio por la solidez de su seso. De este modo podemos disponernos con algún antídoto contra el entusiasmo. Y esto me atreví a decir que se logra mantiendo el BUEN HUMOR.
martes, 19 de mayo de 2009
Embuste
Los turcos eran estúpidos; los alemanes que les guiaban, dogmáticos. Creían que la rebelión era absoluta, como una guerra, y la trataban por analogía. Pero la analogía en las cosas humanas es un embuste, y hacer la guerra a una rebelión resulta tan embarazoso y lento como comer sopa con cuchillo.
martes, 21 de abril de 2009
sábado, 24 de enero de 2009
Fons

toda la delicadeza de una mujer se extiende en las ondas del agua
Las manecillas del reloj, las hijas y los hijos de la medianoche, juntan sus palmas en respetuoso saludo a Fons, su hermano de la medianoche, un colaborador nuestro que nos acompañó hasta la medianoche del 16 de enero del 2009, para retirarse de la reloj-vida la mañana del sábado 17 de enero.
Mi amigo, te cuento, aún nos falta jugar más ajedrez.
http://serghiofs.deviantart.com/
Nun
En el no espacio pretemporal del caos primordial, definido a menudo como el océano inerte Nun, surge repentinamente un primer estallido de vida consciente. «Cuando me manifesté a la existencia, ésta existió», así se expresa el creador increado y autógeno que paulatinamente se materializa en procesos físicos (sol, cerro, islote, etc.) o biológicos (huevo, loto, niño, serpiente, etc.).
viernes, 2 de enero de 2009
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