jueves, 23 de julio de 2009

La enfermedad de mi espíritu

Aguardamos aquel día y aquella noche. Al anocher, un escorpión surgió del arbusto junto al que había permanecido echado para anotar en mi diario la latitud del día, y, aferrándose a mi mano izquierda, me picó repetidas veces. El dolor del brazo hinchado me mantuvo despierto hasta el segundo amanecer, con alivio para mi sobrecargado espíritu, pues el cuerpo, cuando el fuego de tan superficial perjuicio sacudía los perezosos nervios, levantó clamor suficiente como para interrumpir las preguntas que me hacía a mi mismo.

No obstante, los dolores de este tipo jamás duraban el tiempo suficiente para curar la enfermedad de mi espíritu. Transcurrida una noche, cedían el lugar a ese poco atractivo y poco honrado sufrimiento interno, provocado por el pensamiento, que deja a su víctima aun más débil para resistir. En tales condiciones, la guerra me parecía tan loca, como criminal me parecía mi vergonzosa jefatura; y, habiendo enviando a buscar a los jeques, ya estaba a punto de entregar mi persona y mis pretensiones a sus perplejas manos, cuando el jefe de fila anunció la llegada de un un tren.

No hay comentarios.: