…“-Mi padre me contó –repuse- que, hace tiempo, hubo un cruel rey llamado Astiages y que los magos predijeron que el hijo de su hija le arrebataría el trono. Entregó por tanto el niño a un noble llamado Harpagos, para que éste se deshiciera de él. Pero el niño era hermoso y el noble no pudo hacerlo; lo entregó a un pastor para que le abandonara en la montaña y se asegurara de que muriera. El hombre fue primero a su casa y se encontró con que su propio hijo había muerto y su esposa decía llorando: “Nos estamos haciendo viejos, ¿quién nos alimentará?” El pastor repuso: “Aquí tienes un hijo. Pero tendrás que guardar siempre el secreto.” Le entregó al niño y abandonó al muerto en la montaña vestido con la ropa real; y cuando los chacales lo habían mordido de tal forma que no se le podían reconocer, se lo trajo a harpados. Y Ciro se crió como si fuera el hijo del pastor, pero era valiente como un león y hermoso como la mañana, y los demás chicos le nombraron como su rey.
Cuando tenía unos doce años, el rey Astiages oyó de él y quiso verle. Pero poseía los rasgos propios de la familia y Astiages obligó al pastor a confesar la verdad. El rey se proponía entonces a matar al niño, pero los magos le dijeron que el hecho de haber sido nombrado rey en juegos había quitado valor a la profecía, y el muchacho fue enviado de nuevo a sus padres. Fue de Harpagos de quien el rey se vengó –bajé la voz en un susurro, tal como había hecho mi padre al contármelo-. Fue y mató a su hijo, asó su carne y se la dio a comer a Harpagos a la hora de cenar. Cuando este hubo comido, el rey le mostró la cabeza de su hijo. Se encontraba en un cesto…”
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