miércoles, 19 de mayo de 2010
jueves, 13 de mayo de 2010
L
El niño era pequeño y delicado. Era como yo pero en miniatura, delgado, rosado, blanco, frágil. No abría los ojos pero hacía gestos, y movía a pocos sus brazos y sus piernas que rara vez se estiraban.
Parecía que apenas hubiera abandonado la quietud de la posición fetal y empezara a soltarse y liberar esa flexibilidad que tiene adentro. Los movimientos no tienen sentido, mueve y estira, hacia arriba, hacia su estómago, luego hacia los lados, mientras sube las piernas y de repente hace una mueca como si ya casi fuera a llorar pero no lo hace, inmediatamente se relaja y vuelve a la calma.
Reviso mis manos recién lavadas y miro las puertillas de la incubadora. Todo a mi alrededor parece ser de un ambiente experto, de cosa de todos los días, la enfermera en el escritorio, la música suave, un caminante de bata verde en el pasillo, como yo, que a pesar de mi cara de jovencillo, mi expresión asustada y mis miradas inapropiadas, me respetan. Me dejan solo en el momento.
Lo olvido todo y abro la puertecilla, y me siento ya en una posición diferente. He abierto la puerta a la sensibilidad, en donde ya ho nay mirilla que proteja, ni calor que permanezca para siempre. Se me aceleran las palpitaciones y trato de olvidar cuán estéril puedo estar, cuán estéril es el aire a mi alrededor y sumerjo mi mano en ese pequeño cuarto temperado y se me contraen los cachetes como cuando siento que me enternezco.
Lo toco delicadamente y le digo sin articular una palabra "Hola amigo, te quiero". Se me concentran los químicos cerca de mis ojos y siento ganas de llorar. Sólo lo toco suavemente y le agarro su manita y le sigo dando la bienvenida como si el pequeño fuera el rey de un planeta apenas descubierto.
Ahora él me conoce y siente mi presencia y yo me siento más que impresionado. Estoy tratando de darle calor humano, compañía y mucho cariño cuando pocas veces los he intentado. Ante un recién nacido los recursos son menos numerosos, pero no menos ricos. No siento ganas de hablarle, y nos comunicamos con un primitivo tacto y nos transferimos energía.
Siento sus dedos frágiles, lo dejo a él también moverse, identificar una nueva realidad, sientos sus piececitos con suavidad y se sienten muy delicados. Su estómago descubierto respirta y también lo toco suavemente para que la experiencia le resulte más interesante. Vuelvo a su mano izquierda y le hablo, luego a su mano derecha y seguimos conversando. Con el exterior de mis dedos ahora rozo su cachete y ahora le prometo juegos y cosas divertidas. Él, por su parte, me hace un gesto como diciéndome que aún es muy temprano.
Sí, me corregí, y seguimos entablando conversación, ahora hablamos acerca de sus pulmones, de Dios y de todo lo fantástico y real que espera cuando pueda disfrutar de la temperatura ambiente.
Por cierto, le comenté que esa temperatura cambia, y que se calienta, y luego se enfría, pero que esa dinámica es parte de la magia. Entonces nos fosilizamos y estuvimos un rato quietos. Quizás él, me pareció, a punto de dormirse.
Una vez más miro alrededor y aún respetan mi espacio, sigo sólo con el bebé. Me pregunto que sentirá, en que pensará, como estará procesando su encuentro.
Dejo pasar los minutos y siento un aire de responsabilidad, de amigo mayor. Me despido del que ya habían bautizado un león y le digo que volveré, porque somos amigos. Le digo que en cuanto pueda voy a cuidar de su familia.
Dicen que el amor en demasía es como el vino, que hace perder la Razón. Ese día le prometí algo poco razonable, que no tiene sentido prometer porque no es en realidad una promesa, pero ahí mismo le dejé sentir que quería que fuera feliz. No se por qué, pero lo hice.
Cerré la puerta, y de nuevo el aire de amigo mayor me hizo revisar dos veces que quedara bien cerrada, acomodé mis brazos y la bata que cubría y lo observé un rato más.
Afuera me esperaban su hermana y su mamá. ¿Qué cara poner después de tanta intensidad?
Ese día me sentí como un niño, que empieza sólo haciendo circular su sangre y reproduciendo células y que con el pasar del tiempo he llegado a ser lo que soy ahora. Todavía saliendo de mis impresiones fetales, me doy cuenta que todavía me estoy flexibilizando, moviendo algunas partes de mi ser sin un sentido específico. Esos días solo dejé el tiempo pasar y lo vivía junto a esta familia resurgiente.
Aún hoy no lo comprendo, pero recuerdo que esos días fueron especiales.
Parecía que apenas hubiera abandonado la quietud de la posición fetal y empezara a soltarse y liberar esa flexibilidad que tiene adentro. Los movimientos no tienen sentido, mueve y estira, hacia arriba, hacia su estómago, luego hacia los lados, mientras sube las piernas y de repente hace una mueca como si ya casi fuera a llorar pero no lo hace, inmediatamente se relaja y vuelve a la calma.
Reviso mis manos recién lavadas y miro las puertillas de la incubadora. Todo a mi alrededor parece ser de un ambiente experto, de cosa de todos los días, la enfermera en el escritorio, la música suave, un caminante de bata verde en el pasillo, como yo, que a pesar de mi cara de jovencillo, mi expresión asustada y mis miradas inapropiadas, me respetan. Me dejan solo en el momento.
Lo olvido todo y abro la puertecilla, y me siento ya en una posición diferente. He abierto la puerta a la sensibilidad, en donde ya ho nay mirilla que proteja, ni calor que permanezca para siempre. Se me aceleran las palpitaciones y trato de olvidar cuán estéril puedo estar, cuán estéril es el aire a mi alrededor y sumerjo mi mano en ese pequeño cuarto temperado y se me contraen los cachetes como cuando siento que me enternezco.
Lo toco delicadamente y le digo sin articular una palabra "Hola amigo, te quiero". Se me concentran los químicos cerca de mis ojos y siento ganas de llorar. Sólo lo toco suavemente y le agarro su manita y le sigo dando la bienvenida como si el pequeño fuera el rey de un planeta apenas descubierto.
Ahora él me conoce y siente mi presencia y yo me siento más que impresionado. Estoy tratando de darle calor humano, compañía y mucho cariño cuando pocas veces los he intentado. Ante un recién nacido los recursos son menos numerosos, pero no menos ricos. No siento ganas de hablarle, y nos comunicamos con un primitivo tacto y nos transferimos energía.
Siento sus dedos frágiles, lo dejo a él también moverse, identificar una nueva realidad, sientos sus piececitos con suavidad y se sienten muy delicados. Su estómago descubierto respirta y también lo toco suavemente para que la experiencia le resulte más interesante. Vuelvo a su mano izquierda y le hablo, luego a su mano derecha y seguimos conversando. Con el exterior de mis dedos ahora rozo su cachete y ahora le prometo juegos y cosas divertidas. Él, por su parte, me hace un gesto como diciéndome que aún es muy temprano.
Sí, me corregí, y seguimos entablando conversación, ahora hablamos acerca de sus pulmones, de Dios y de todo lo fantástico y real que espera cuando pueda disfrutar de la temperatura ambiente.
Por cierto, le comenté que esa temperatura cambia, y que se calienta, y luego se enfría, pero que esa dinámica es parte de la magia. Entonces nos fosilizamos y estuvimos un rato quietos. Quizás él, me pareció, a punto de dormirse.
Una vez más miro alrededor y aún respetan mi espacio, sigo sólo con el bebé. Me pregunto que sentirá, en que pensará, como estará procesando su encuentro.
Dejo pasar los minutos y siento un aire de responsabilidad, de amigo mayor. Me despido del que ya habían bautizado un león y le digo que volveré, porque somos amigos. Le digo que en cuanto pueda voy a cuidar de su familia.
Dicen que el amor en demasía es como el vino, que hace perder la Razón. Ese día le prometí algo poco razonable, que no tiene sentido prometer porque no es en realidad una promesa, pero ahí mismo le dejé sentir que quería que fuera feliz. No se por qué, pero lo hice.
Cerré la puerta, y de nuevo el aire de amigo mayor me hizo revisar dos veces que quedara bien cerrada, acomodé mis brazos y la bata que cubría y lo observé un rato más.
Afuera me esperaban su hermana y su mamá. ¿Qué cara poner después de tanta intensidad?
Ese día me sentí como un niño, que empieza sólo haciendo circular su sangre y reproduciendo células y que con el pasar del tiempo he llegado a ser lo que soy ahora. Todavía saliendo de mis impresiones fetales, me doy cuenta que todavía me estoy flexibilizando, moviendo algunas partes de mi ser sin un sentido específico. Esos días solo dejé el tiempo pasar y lo vivía junto a esta familia resurgiente.
Aún hoy no lo comprendo, pero recuerdo que esos días fueron especiales.
sábado, 8 de mayo de 2010
miércoles, 5 de mayo de 2010
sábado, 1 de mayo de 2010
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