sábado, 26 de abril de 2008

Éramos treinta cuando abrazamos a José Maceo. Dejamos atrás orden y cariño. No sentíamos ni el humor ni en el cuerpo la angustiosa fatiga, los pedregales a la cintura, los ríos o los muslos, el día sin comer, la noche en el capote por el hielo de la lluvia, los pieces rotos... Envío del cielo libre un saludo de orgullo por nuestra patria, tan bella en sus hombres como en su naturaleza... No soy inútil ni me he hallado desconocido en nuestros montes; pero poco hace en el mundo quien no se siente amado.

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